Esta mañana, una sonrisa interior daba los buenos días a los ojos mientras se abrían. Fue una de esas noches terapéuticas que realmente dan en la diana, funcionan. Al poco rato, ya apenas recordaba por qué me sentía tan bien, pero no importaba. Lástima que los días que comienzan así lo único que pueden hacer es empeorar, ya me lo decía la experiencia. Y no se equivocaba.
A media tarde me encontraba encerrado en una habitación, buscando la forma de salir. Tan sólo podía mirar al exterior por una ventana que no se abría. Desde la misma ví pasar un águila dirigiéndose sobre su presa, no tuve cuidado y cambió su rumbo para hacerme una visita. Rompió el cristal al aterrizar, dejándome un
cariñoso picotazo, mientras a duras penas conseguía escapar por el agujero. Tan sólo podía preguntarme por qué me había elegido a mí como víctima, con la de objetivos distintos sobre los cuales podía haber fijado su aguda vista. Corrí hasta llegar a un río, y decidí tirarme y dejarme llevar por la corriente. Pensé que así conseguiría librarme de ella, y así fue. Debió marchar para alimentar a sus crías.
Pero al rato, mientras secaba mis ropas, y seguramente alertada por el águila, vislumbré a una pantera que se acercaba velozmente por momentos. Dos en el mismo día me pareció excesivo, pero no podía elegir. Me armé de valor y decidí que no me iba a esconder, así que le hice frente. Resultado: un par de heridas superficiales por mordiscos
panteriles, aunque ella se llevó la peor parte. Yo no nací para luchar, pero tampoco me gusta esconderme. Luego hizo un par de amagos, pero pronto se cansó de mí, y se marchó. Seguramente no me la volveré a encontrar por un tiempo.
A pesar de todo yo seguiré haciendo caso a la experiencia, que me dice que es mejor no enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza. Lástima que los sueños se basen en la realidad, y no al revés. Aunque ahora cabría preguntarse... ¿cuánto de verdad y cuánto de fantasía hay en todo ésto?